Medio Ambiente

Equipo de Periodismo Visual de Deutsche Welle

publicado el 12.12.2019

Las ciudades africanas están en auge, pero serán las más afectadas por el cambio climático. En entrevistas con 30 africanos urbanitas, desde recolectores informales de basura hasta climatólogos de la ONU, DW analiza cómo se están adaptando cuatro grandes ciudades de rápido crecimiento: Lagos, a olas de calor abrasadoras; Kampala, al aumento de los residuos; El Cairo, a una sequía potencialmente inminente, y Dar es-Salam, a un tráfico asfixiante.

Hilda Nakabuye tiene 22 años de edad y faltó a clases para dirigirse a los líderes de algunas de las ciudades más poderosas del mundo. Pidió a los alcaldes que se pusieran de pie en solidaridad con los jóvenes que luchan por el planeta.

"Soy víctima de esta crisis climática y no me avergüenza decirlo", critica Nakabuye, una estudiante de la Uganda rural que en la actualidad vive en Kampala, en una conferencia sobre el clima que tuvo lugar en octubre. Con la voz quebrada y los ojos llorosos, contó cómo su familia se vio obligada a vender sus tierras y su ganado después de que las torrenciales lluvias y los fuertes vientos arrasaran las cosechas, y la sequía secara los pozos. "Cuando nos quedamos sin dinero, fue una cuestión de vida o muerte".

Los alcaldes se pusieron de pie.

Nakabuye comenzó a hacer campaña por el medio ambiente en 2017. Es una más de los miles de jóvenes africanos, que han tomado las calles exigiendo a los gobiernos que actúen urgentemente contra el calentamiento global.

La población urbana de África se duplicará para el año 2050 y sus ciudadanos, de los cuales tres cuartas partes son menores de 35 años, se preparan para un futuro de calor abrasador, donde el agua será más escasa, el aire más sucio y las inundaciones golpearán más fuerte y con mayor frecuencia.

Hilda Nakabuye se unió al movimiento juvenil mundial por el clima de Greta Thunberg, después hacer campaña por el medioambiente durante de dos años.

© Foto: Emmanuel Balemezi

Muchos ya están siendo testigos de tales efectos. Dos de cada tres africanos que han oído hablar del cambio climático dicen que ese fenómeno está deteriorando la calidad de vida en sus países, según una encuesta panafricana realizada entre 45.000 personas por Afrobarómetro. Cerca de la mitad afirma haber notado que el clima extremo se ha vuelto más severo en la última década.

"Tengo suerte de seguir viva", dice Nakabuye en la Cumbre Mundial de Alcaldes. "No lo voy a dar por sentado, porque muere gente a diario".

Sin embargo, a medida que la crisis climática se acelera en todo el planeta, las ciudades africanas son las más amenazadas.. Así es como se comparan con ciudades de todo el mundo.

Crecimiento demográfico de ciudades africanas

Cada punto representa una de las grandes ciudades del mundo. Las ciudades que se encuentran más arriba en el gráfico son más vulnerables al cambio climático.

Cuanto mayor es la burbuja, más gente vive en esa ciudad.

Las ciudades situadas a la derecha están creciendo a una mayor velocidad que las que están a la izquierda. Aquellas ciudades de mayor crecimiento son las más susceptibles al cambio climático.

Estas ciudades se encuentran principalmente en África. Las más grandes (Lagos y El Cairo) y las de mayor crecimiento (Dar es-Salam y Kampala) están acosadas por retos medioambientales.

El cambio climático dificultará su lucha contra el calor, la sequía, los residuos y la contaminación.

En África se encuentran tres de las megaciudades del mundo. Las poblaciones de Lagos, El Cairo y Kinshasa ya han superado los 10 millones. Luanda y Dar es-Salam los superarán en una década. Ciudades como Kampala, Bamako y Uagadugú (cuyas poblaciones albergan algo más de un millón de habitantes) son algunas de las de mayor crecimiento del mundo.

Con este telón de fondo, el clima se está deteriorando, lo que se traduce en un aumento de los fenómenos meteorológicos extremos. A medida que la gente migra a las ciudades en busca de prosperidad y la infraestructura se esfuerza por mantener el ritmo, los ciudadanos se ven agobiados por la marea de desechos y la contaminación producto del tráfico.

Agudizado por la urbanización, el cambio climático en África constituye una "mega presión y un mega desafío", dice Maimunah Mohd Sharif, director ejecutivo de ONU-Hábitat, el Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos. "Es necesario un cambio urgente. De lo contrario, creo que no tendremos futuro".

Rastrojos de heno ardiendo al norte de El Cairo, asfixiando con humo la ciudad contaminada.

© Foto: AFP/Getty Images | Khaled Desouki

El ciclón Idai devastó el sudeste de África en marzo con inundaciones y lluvias

© Foto: picture alliance / AA | Gokhan Balci

El aumento del nivel del mar y la precariedad de las viviendas ponen en peligro los asentamientos informales en Lagos.

© Foto: AFP/Getty Images | Stefan Heunis

Pero las ciudades están respondiendo.

"No queremos seguir escuchando siempre la cantinela de que África es la más vulnerable a los impactos adversos del cambio climático", dice Anthony Nyong, director de cambio climático del Banco Africano de Desarrollo. "Esto es cierto, pero también sabemos que África tiene oportunidades que puede explorar para trazar un camino de desarrollo bajo en carbono y resistente al clima".

A medida que se estropea el medio ambiente y aumentan las poblaciones , ¿cómo se están adaptando las ciudades más grandes y de mayor crecimiento de África?

Manteniéndose fresco en
Lagos
Nigeria

Las temperaturas en Lagos están subiendo rápidamente.

La extensa megalópolis nigeriana alberga a 13 millones de personas, según la ONU, pero las estimaciones del gobierno ascienden a 20 millones de habitantes, en función de dónde se tracen los límites urbanos. Para finales de siglo, los científicos proyectan que Lagos será la ciudad con un mayor número de personas expuestas al calor extremo en África. El cambio climático provocará olas de calor más largas, fuertes y frecuentes.

El calor puede exacerbar algunos estados de salud mental y hacer que incluso tareas cotidianas, como caminar al trabajo o acostarse, sean agotadoras.

Las olas de calor afectan principalmente a niños, ancianos y enfermos. Pero aquellos adultos jóvenes que trabajan al aire libre, como constructores y pescadores, también están en peligro. El calor extremo puede empeorar las enfermedades del corazón, los pulmones y los riñones. En el peor de los casos, mata.

Así es como subirán las temperaturas.

Olas de calor en Lagos, Nigeria

El verano en Lagos abarca de diciembre a abril. Las celdas más oscuras representan los días más calurosos.

Los modelos climáticos proyectan inviernos más cálidos y veranos cada vez más calurosos durante los próximos 30 años.

Pero la humedad del aire provoca que la sensación térmica sea mayor que lo que marca el termómetro.

La humedad atmosférica impide que se evapore el sudor y se enfríe el cuerpo, debilitando una de las respuestas humanas al calor.

El aire caliente retiene más humedad, y a medida que aumentan las temperaturas , también lo hace la humedad. Esto podría dar lugar a meses de verano con una sensación térmica superior a 31 grados durante la mayoría de los días.

Construida frente a una laguna y enfriada por la brisa del Atlántico, cabría esperar temperaturas más bajas en la ciudad de Lagos que en el resto de Nigeria. Sin embargo, un efecto de "isla de calor urbano" lo impide. Las ciudades tienden a ser más cálidas que el campo circundante porque las infraestructuras, como los edificios de hormigón y las carreteras asfaltadas, absorben el calor generado por el ajetreo de la actividad humana (cocinar, conducir, actividad industrial) y lo liberan constantemente durante la noche. Esto puede dar lugar a temperaturas siete grados mayores en Lagos que en las áreas rurales que la rodean.

Y la gente de las barriadas siente más este calor.

Las viviendas pobres y amontonadas empeoran el estrés térmico. Construidas con techos de hierro corrugado y paredes de láminas de plástico, las improvisadas casas actúan como hornos, atrapando el calor bajo el sol. En ciudades como Kinshasa (República Democrática del Congo) y Bamako (Mali), donde la mayoría de los residentes vive en asentamientos informales, el hacinamiento deja poco espacio para que sople el viento.

Moses Anjola, un bloguero de la comunidad, vive en una pequeña estructura en forma de caja hecha de tablones de madera, lona, nailon y cartón.

Como muchos lagosenses, desconfía de los esfuerzos del gobierno para urbanizar asentamientos informales. Anjola ya fue desalojado de un barrio precario y se vio durmiendo en tablas de madera bajo la lluvia, antes de juntar materiales para construirse un pequeño refugio.

30.000 personas quedaron sin hogar y 11 murieron cuando las autoridades de Lagos mandaron derribar barrios marginales en 2016 y 2017 -según un informe de Amnistía Internacional-, en una serie de desalojos en masa, en respuesta a su preocupación por el medio ambiente y la seguridad.

Vecinos de barrios precarios como Anjola, asolados por las demoliciones y en riesgo de sufrir estrés térmico por hacinamiento y por las malas condiciones de las viviendas, tienen menos posibilidades de escapar de las torturadoras temperaturas. A menudo son quienes menos ingresos tienen y no pueden permitirse aparatos de aire acondicionado ni refrigeradores. Sin acceso a agua limpia, es más probable que beban de arroyos contaminados para mantenerse hidratados.

Algunos se ven obligados a buscar árboles para cobijarse a la sombra, pero muchos han sido talados para obtener leña y materiales de construcción.

La comunidad pesquera de Otodo Gbame fue arrasada en 2016.

© Foto: AFP/Getty Images | Pius Utomi Ekpei

En un intento por mantener las temperaturas bajas y el aire limpio, el Estado de Lagos se comprometió a plantar 10 millones de árboles para 2020. Es uno de varios países africanos que han emprendido campañas masivas de plantación de árboles para combatir el cambio climático. Etiopía fue noticia en todo el mundo en agosto al decir que había plantado 350 millones de árboles en medio día.

La Agencia de Protección Ambiental del Estado de Lagos afirma que las autoridades han criminalizado la tala indiscriminada de árboles y ocho millones de los árboles prometidos ya han sido plantados.

No obstante, reacios a esperar a que crezcan los árboles, algunos lagosenses ya han empezado a construir su propia solución para las olas de calor.

Papa Omotayo, arquitecto y miembro fundador de la Alianza Africana para el Nuevo Diseño, está construyendo un centro de formación para niños vulnerables en Gbagada, un suburbio de Lagos. Bloques de tierra comprimida, un techo en forma de ala y aislamiento de poliestireno mantienen bajas las temperaturas y los costes y evitan la necesidad de aire acondicionado, según Omotayo.

La tierra comprimida y la ventilación pasiva del centro se basan en tradiciones arquitectónicas nigerianas, según añade el arquitecto.

La refrigeración pasiva es una forma de diseño que desvía la energía térmica que se acumula en los edificios hacia "disipadores de calor". Para ello, es necesario excavar profundamente en tierra fría o emplear la forma de una construcción para desviar el flujo de aire. Los edificios hechos de tierra apisonada es decir, de una tierra amasada de arcilla local, arena y suelo compacto, regulan la temperatura calentándose lentamente durante el día y liberando energía durante la noche.

El retorno hacia diseños tradicionales para la construcción de edificios, que se enfrían de forma pasiva, forma parte de una una tendencia cada vez más extendida en toda África Occidental, desde Nigeria hasta Burkina Faso.

La buena arquitectura se hace localmente y no se importa de ciudades como Nueva York y Dubái, destaca Christian Benimana, arquitecto y fundador del Centro de Diseño Africano. "Desafortunadamente, el pensamiento general para hacer frente al rápido crecimiento de las ciudades en África tiende a centrarse más en estas últimas".

Limpiando en
Kampala
Uganda

Siendo hogar de tres millones de personas, la ciudad de mayor crecimiento de África está dejando atrás a sus urbanistas.

Los niños que nacen hoy en Kampala verán duplicarse la ciudad en tamaño para cuando cumplan 13 años.

Y más gente significa más basura.

En una ciudad donde el 60 por ciento de la gente vive en infraviviendas, con mala infraestructura, la población tiene pocas opciones para deshacerse de los desperdicios y de las aguas residuales. "Muchos hogares tampoco tienen puntos de recogida de basura, y algunos no pueden pagarnos a nosotros o a las empresas para que recojamos sus residuos", explica Majid Muganzi, un extrabajador del camión de la basura que ahora trabaja como recolector autónomo. "La gente espera a que anochezca, y cuando oscurece tira la basura a los bordes de carretera, y a veces a los desagües".

Kampala recoge entre la mitad y dos tercios de los residuos que produce y los transporta en camión hasta el único vertedero autorizado de la ciudad: Kiteezi. Con un área de 14,5 hectáreas (36 acres), las montañas de desechos de Kiteezi crecen entre 1.000 y 1.400 toneladas al día. Según la Autoridad del Ayutamiento de Kampala (KCCA, por sus siglas en inglés), el vertedero desbordado debería haber llegado al término de su vida útil hace ya una década.

Pero para algunos en Kampala, el vertedero es un salvavidas.

"Algunas personas creen que este lugar es todo basura, pero no es así", dice Verónica Namuddu.

Namuddu empezó recogiendo residuos en Kiteezi tras años de buscar trabajo. Gana unos 3,60 euros (4 dólares) al día vendiendo lo que encuentra a los distribuidores, principalmente plástico.

"Una persona puede salir de casa sin nada, recolectar algo en la basura, ganar un poco de dinero y comprar algo de comer para sus hijos".

Kirumira Amon, que gana hasta 20 euros (unos 22 dólares) en un buen día y mantiene a 12 hermanos, compra a recolectores como Namuddu y vende a distribuidores y empresas de reciclaje.

"No puedo volver a la escuela porque tengo muchas responsabilidades y mucha gente a mi cargo".

"La vida no ha sido fácil, pero tengo que sobrevivir y trabajar".

Los desechos de Kiteezi podrían agudizar los problemas derivados del cambio climático.

A medida que crece Kampala y la población más pobre se asienta en los humedales situados al pie de sus colinas, la ciudad ha perdido los sumideros que solían actuar como desagües naturales para el agua de lluvia. El Banco Mundial estima que los humedales de Kampala cayeron del 18 al 9 por ciento entre 2002 y 2010, reduciendo las áreas de drenaje.

Además, los residuos, almacenados en vertederos abiertos o tirados en el suelo, también representan una amenaza para el drenaje. Pueden desparramarse y bloquear fácilmente corrientes y canales. Durante las tormentas, el agua, que de otro modo podría haberse drenado, inunda los asentamientos informales de la ciudad.

Asimismo, el cambio climático provocará lluvias cada vez más intensas.

Esta combinación de desechos, viviendas deficientes y tormentas cada vez más fuertes dejará a la población pobre de Kampala cada vez más expuesta a inundaciones repentinas durante la temporada de lluvias, con el riesgo de cólera y diarrea. "Una vez que los desechos se mezclan con el agua que consume la población, aumentan definitivamente las posibilidades de contraer enfermedades transmitidas por el agua", advierte Phoebe Shikuku, experta en salud de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja. "Es un ciclo donde una vulnerabilidad conduce a otro impacto y a otra vulnerabilidad."

Los desechos de Kiteezi no son seguros.

© Foto: Edward Echwalu

La KCCA asegura necesitar 65 camiones para recoger los residuos que genera actualmente la ciudad, pero solo dispone de 14 en pleno rendimiento y seis antiguos que a veces se incorporan a la flota. De este modo, la KCCA depende de empresas privadas para la recolección y el transporte de residuos a Kiteezi.

No obstante, algunos residentes de los distritos más pobres no pueden permitirse las tarifas que cobran estas compañías. "Muchas familias tienen dificultades para pagar lo básico, como comida y alojamiento", advierte Muganzi. "La basura es lo último en lo que pueden pensar".

Por este motivo, las compañías privadas reciben incentivos para ocuparse de los vecindarios más ricos, dejando a los pocos camiones de la KCCA a cargo del resto. La presión será mayor, a medida que crezcan Kampala y sus residuos.

Sin embargo, mientras las autoridades luchan, los trabajadores informales de Kiteezi, como Namuddu, recicladora de base, y Amon, comerciante de basura, ayudan a mantener limpia la ciudad.

"La contribución ambiental de estos recicladores informales es enorme", sostiene David Dodman, director de asentamientos humanos del Instituto Internacional para el Medio Ambiente y el Desarrollo. "Se aseguran de que aquellas cosas que pueden ser reutilizadas sean reutilizadas, y las que pueden ser recicladas sean recicladas".

El plástico con el que ganan la mayor parte de su dinero es solo una fracción de la basura que se tira en las montañas de Kiteezi. Uganda es uno de los 34 países africanos que han prohibido o gravado los plásticos de un solo uso, aunque estas normas no siempre se cumplen. Los residuos orgánicos, como los alimentos y las aguas residuales, son más urgentes.

A pequeña escala, los ugandeses emprendedores han sacado provecho de ello. Algunas empresas de Kampala recogen, secan y compactan en briquetas los residuos orgánicos de Kiteezi, de los barrios locales o directamente de las empresas. Estos conglomerados de combustible sólido se pueden quemar para obtener energía, reemplazando el carbón vegetal y la leña. Otros tratan de recuperar los nutrientes convirtiéndolos en fertilizantes. En 2017, una empresa tecnológica ugandesa creó una aplicación llamada "Yo Waste" para conectar a los recolectores de basura con los clientes. Desea convertirse en el "Uber de la basura" y solo trabaja con transportistas que reciclan.

Los camiones de basura luchan por recoger los residuos de Kampala.

© Foto: Edward Echwalu

Las autoridades han hecho progresos, pero no suficientes, según Najib Bateganya, funcionario de medio ambiente de la KCCA. Entre 2011 y 2017, la KCCA afirma haber duplicado la cantidad de residuos recogidos en Kampala, llegando a un un 64 por ciento.

"Todavía están muy entusiasmados con las soluciones de ingeniería para los residuos", critica Shuaib Lwasa, profesor asociado de Adaptación al Cambio Climático en la Universidad de Makerere. "Conseguir más camiones, más subvenciones, más apoyo, más vertederos. Si el 88 por ciento de los residuos fueran orgánicos, por decir una cifra, seguramente se crearía un sistema para convertirlos en nutrientes y energía", afirma.

La KCCA, sin embargo, apuesta por la educación de la población para reducir los vertidos y fomentar el uso de recolectores privados de residuos. Asimismo, para aliviar la presión sobre Kiteezi, ha adquirido un terreno para reciclar residuos y recuperar nutrientes y energía.

Aún así, según Bateganya, la KCCA no puede permitirse instalaciones modernas de tratamiento de residuos, y las empresas privadas no invierten en capital nuevo porque el reciclaje tiene márgenes de beneficio bajos. "Los residuos son una cuestión de desarrollo, como la salud o la educación, no es solo un negocio. Si se toma como un negocio, se vuelve costoso para la gente y no funciona".

Manteniéndose hidratado en
El Cairo
Egipto

Hace 3.200 años, cuando el Levante fue asolado por la sequía, contribuyendo a la hambruna, al desplazamiento y a la guerra, Egipto envió grano a los antiguos enemigos y crió ganado resistente al calor. Las acciones de los faraones no fueron suficientes para prevenir la caída de los imperios locales, pero según los arqueólogos sus políticas ayudaron a prolongar la vida del Antiguo Egipto.

Hoy en día, el país norteafricano se enfrenta de nuevo a la escasez de agua.

Egipto acoge gran parte del Nilo, el río más largo de África, cuyas fértiles orillas albergan algunas de las primeras ciudades del mundo. 45 de las 50 ciudades más densas de África se encuentran en el Nilo egipcio, según datos de la plataforma de investigación Africapolis. Durante milenios, los egipcios han dependido del Nilo para beber y regar sus cultivos.

Pero sus aguas nacen de manantiales sobre los cuales Egipto tiene poco control.

Presa de agua del río Nilo

Egipto está ubicado en la parte final del Nilo.

El Nilo Azul, que nace en Etiopía, y el Nilo Blanco, que atraviesa la región de los Grandes Lagos de África, se encuentran en Jartum, Sudán, antes de fluir hacia Egipto.

A 1.200 km de Egipto, Etiopía está construyendo lo que será la mayor fuente de energía hidroeléctrica de África: la Gran Presa del Renacimiento Etíope, o GERD (Grand Ethiopian Renaissance Dam) por sus siglas en inglés.

A medida que se llena la presa, podría reducirse hasta en un 25 por ciento el suministro de agua del Nilo , según un estudio de 2017 de la Universidad de Maryland.

Es difícil conseguir agua en Egipto, un país con escasez de precipitaciones y un clima mayormente desértico. En la actualidad, ya se encuentra por debajo del umbral de pobreza hídrica de las Naciones Unidas y en camino hacia la "escasez absoluta de agua". Egipto presenta la sexta menor cantidad de agua por persona en África.

En años calurosos y secos con poca lluvia río arriba, los efectos de la presa podrían ser catastróficos en el Nilo.

Egipto critica que la construcción del embalse limitará el agua para su creciente población, que con casi 100 millones es la tercera más grande de África, después de la de Nigeria y Etiopía. Egipto y Etiopía aún no han llegado a un acuerdo sobre el flujo anual de agua que Etiopía debería permitir río abajo para abastecer a Egipto. Las amargas negociaciones sobre los derechos del agua entre Egipto, Sudán y Etiopía han amenazado con derivar en una guerra, como ocurrió recientemente en octubre.

Incluso si se reduce el caudal, la presa podría contribuir a la seguridad hídrica a largo plazo almacenando agua en años húmedos y liberándola en años secos, si los países llegan a un acuerdo justo.

No obstante, el cambio climático, que aumentará la evaporación y hará que los patrones de lluvia sean más erráticos, reducirá aún más el suministro de agua.

Las ciudades egipcias han dependido durante milenios del agua del Nilo.

© Foto: picture alliance/AP Photo | Amr Nabil

En la región metropolitana de El Cairo -un área urbana de 20 millones de habitantes que se prevé que aumente en otros nueve millones para el año 2035- el crecimiento de la población pondrá a prueba la capacidad de la ciudad para hacer frente a la situación.

Los residentes de los suburbios más pobres soportan el impacto de la escasez de agua.

Suzan Ghany, periodista independiente, vive en Kafr Tuhurmis, Guiza, una ciudad situada en el área metropolitana de El Cairo. Su vida diaria está restringida por un sistema de tuberías que solo funciona durante siete horas desde la mañana temprano y por los cortes de suministro que pueden durar semanas.

"Cuando hay agua, soy una persona normal".

"Cuando ocurre un corte de agua, te quedas despierta, esperando a que vuelva. Luego, tienes que darte prisa porque no sabes si solo va a funcionar durante dos o tres horas... No sabes nada".

"Te ves obligado a reorganizar tu día, a quedarte despierta toda la noche, y ver si tienes que lavar la ropa, los platos y limpiar el piso".

"No hay ninguna regla para el servicio de agua, depende de la suerte. A veces funciona durante dos días seguidos, pero después se corta durante dos semanas".

"Cuando regresa el agua, se llenan botellas, sartenes, cualquier cosa que se encuentre", expllica Ghany, quien se pasa una hora rellenando diversos recipientes para usarlos más tarde. La periodista filtra el agua para cocinar y beber y usa agua sin filtrar para limpiar, lavar los platos y el baño.

En Kafr Tuhurmis, 786 hogares ni siquiera están conectados a la red pública de agua, según datos oficiales. Dependen principalmente de agua embotellada, pozos y bombas. Tanto quienes tienen un suministro central, como Ghany, como quienes no lo tienen, han decidido buscar soluciones por sus propias manos.

Los habitantes de la mayoría de las casas han perforado en busca de agua subterránea mediante motobombas para compensar la baja presión de la tubería, según Ghany. Sin embargo, cuando los vecinos de su edificio dieron ese paso, el agua no era apta para el consumo humano. Las aguas residuales industriales y la escorrentía agrícola plagan el Nilo, con fábricas y granjas que expelen contaminantes, que manchan el río y se filtran en las aguas subterráneas. "Perforar en busca de agua subterránea es una solución, pero no a largo plazo. Se consigue agua de forma continua, pero es agua contaminada".

Algunas casas de Kafr Tuhurmis no están conectadas a la red principal de abastecimiento de agua.

© Foto: Hazem Abdul Hameed

Suzan Ghany está conectada pero solo tiene acceso durante siete horas al día.

© Foto: Hazem Abdul Hameed

La periodista organiza su día en torno al suministro de agua.

© Foto: Hazem Abdul Hameed

En octubre, el Ministerio de Recursos Hídricos e Irrigación de Egipto organizó la Semana del Agua de El Cairo, una conferencia internacional en respuesta a la escasez de agua. El gobierno egipcio está centrando sus esfuerzos en la infraestructura, los agricultores y las familias.

"Egipto se ha puesto al día en los últimos años con respecto a la escasez", señala Helmy Abouleish, director de SEKEM, una organización agrícola y de investigación que invierte en agricultura sostenible y que ha convertido el desierto cerca de El Cairo en un oasis fértil."Por primera vez el gobierno está abordando este asunto en público".

Las autoridades egipcias están construyendo plantas de tratamiento de aguas residuales para reciclar el agua, así como plantas desalinizadoras para eliminar la sal de las aguas subterráneas salobres y del mar. En El Cairo, se están instalando grifos con dispositivos que facilitan el ahorro del agua en espacios públicos, edificios gubernamentales e incluso mezquitas, donde se celebran rituales de lavado varias veces al día.

Las autoridades también están tratando de arreglar tuberías con fugas y grifos ineficientes.

Las olas de calor en El Cairo agudizan la escasez de agua.

© Foto: imagoZUMA Press

Pero distribuir equitativamente el agua es tan importante como reducir el desperdicio, según Harry Verhoeven, un investigador de Catar que ha escrito un libro sobre la política del Nilo. Egipto depende del río para cubrir el 97 por ciento de sus necesidades hídricas. "Lo que oculta esa cifra, es cómo se adjudica internamente el agua", aclara.

El 80 por ciento del agua de Egipto se emplea para fines agrarios, con prácticas ineficientes como el riego por inundación, que agrava la escasez, o el cultivo intensivo en agua, como el arroz, el trigo y los tomates. A pesar de la apremiante escasez de agua, Egipto fue un exportador neto de arroz hasta 2016, fecha tras la cual se prohibieron intermitentemente las exportaciones. No hay datos oficiales públicos, pero un informe de 2018 de la ONG Transparency International encontró que el ejército egipcio tiene "un poder incomparable sobre la tierra pública" y es propietario, a través de una agencia, de varias empresas importantes de agua y agricultura del país.

"Mientras la gente no esté dispuesta a hablar de cuestiones de distribución y de cómo en general están vinculados el agua y el medio ambiente al poder político, va a ser muy difícil progresar", afirma Verhoeven.


Descongestionando el tráfico en
Dar es-Salaam
Tanzania

Desplazarse en una de las ciudades más grandes y de mayor crecimiento de África, no siempre es fácil.

Algunas personas pasan horas atascadas en la carretera cada día.

Pero otras tratan de descongestionar el tráfico.

Hogar de seis millones de personas y creciendo a un ritmo vertiginoso, Dar es-Salam se ha expandido de forma imprevista.

Siete carreteras principales salen de forma radial desde el centro de la ciudad, conectando a los habitantes que viven en las afueras de Dar es-Salam con el trabajo y los servicios en el centro. La falta de transporte público oficial obliga a muchas personas a desplazarse en coches privados y en miles de "dala-dalas", minibuses informales que inundan las carreteras.

Los atascos de tráfico, los coches y los "dala-dalas" llenan de humo las calles de Dar es-Salam y contaminan el aire. La mayoría de los vehículos son de segunda mano y están en malas condiciones.

Salum Iddi es constructor de obra y recuerda los viajes lentos y abarrotados cuando viajaba al centro en "dala-dala". "Lo que más me irritaba era saber que pasaría muchas horas en carretera en los desplazamientos de casa al trabajo: tres, cuatro horas, debido a los atascos de tráfico".

La congestión de Dar es-Salam es una cuestión de seguridad, y también un problema para el clima.

En 2016, después de más de una década de planificación, Dar es-Salam inició la gestión de una moderna red de transporte. En lugar de invertir en un metro subterráneo o en un sistema de tren ligero, similar al típico tranvía de grandes ciudades de Europa y Norteamérica, los ingenieros de la ciudad adoptaron un enfoque más sencillo: los autobuses.

Más barato y fácil de construir que un transporte ferroviario, los sistemas de autobuses de tránsito rápido (en inglés, Bus Rapid Transit, BRT) permiten el transporte de un gran número de personas en ciudades con poco presupuesto o acceso a financiación. Tienen carriles propios que mantienen a los autobuses alejados de los coches y los "dala-dalas". Alrededor de 170 ciudades en el mundo cuentan con sistemas BRT y en África, 20 se encuentran en diversas etapas de desarrollo.

En Dar es-Salam, el Banco Mundial y el Banco Africano de Desarrollo ayudaron al Gobierno de Tanzania a financiar un sistema de autobuses de tránsito rápido conocido como DART. La primera de las seis fases previstas se inició en 2016.

Mapa de tránsito rápido de autobuses de Tanzania

Algunas de las principales carreteras de Dar es-Salam tienen una velocidad media menor a 10 km/h, casi tan lenta como una persona corriendo.

Una vez terminado, el DART conectará los extensos suburbios de Dar es-Salam con el centro de la ciudad y entre sí.

Con una extensión de 21 km a lo largo de carreteras muy transitadas, la primera fase del DART ha acortado a la mitad los viajes de algunos de sus hasta 200.000 usuarios diarios.

Al quitar algunos "dala-dalas" y coches privados de la carretera, el DART también reduce la congestión. Según los expertos, la caída del tráfico ha reducido notablemente la contaminación.

"Los antiguos autobuses de la ciudad, que fueron reemplazados por el BRT, eran muy contaminantes y humeantes", dice Chris Kost, director del programa para África del Instituto de Políticas de Transporte y Desarrollo, que participó en la construcción del DART. "El sistema BRT reemplazó 3000 de esos vehículos por 140 con emisiones mucho más bajas".

Pero no todo el mundo puede permitirse el DART.

Mientras que Tanzania ha disfrutado de un crecimiento económico elevado y constante durante la última década, la mitad de sus ciudadanos viven con menos de dos dólares al día, según los datos más recientes del Banco Mundial. Los billetes de los autobuses de tránsito rápido cuestan alrededor de 0,28 dólares en las carreteras principales, mientras que un viaje en "dala-dala" por la misma ruta cuesta como mucho 0,22 dólares, según los expertos

Un informe del Banco Mundial de 2018 describió "problemas iniciales", incluyendo largas colas y molestias para los pasajeros. "Ha sido insoportable", dice Ronald Lwakatare, director general del DART.

A pesar de los beneficios ambientales, lo más preocupante para algunos es el ataque a los puestos de trabajo. A pesar de la disposición para emplear a algunos conductores de "dala-dala", el DART ha dejado a muchos sin empleo. Un sistema similar en Acra, Ghana, dio lugar a enfrentamientos con los conductores informales de minibuses, que contribuyeron a la disminución del número de pasajeros y a la inmovilización de autobuses.

Según los expertos, para el éxito del sistema BRT es esencial comprometerse con los trabajadores del transporte e incluirlos en la planificación.

"No se puede afirmar que el sistema BRT sea totalmente negativo o positivo", dice Nathalie Jean-Baptiste, arquitecta y fundadora de CityLab Dar es-Salam, una plataforma de investigación que busca el desarrollo sostenible de las ciudades africanas. "Ha cambiado el modo de desplazarse en Dar es-Salam. Siempre hay un cambio, algún tipo de estrés, pero los usuarios se adaptan ", explica.

¿Pueden las
ciudades africanas
adaptarse al cambio climático?

Una obra en Kigali. La capital ruandesa ha sido apodada la "ciudad más limpia del planeta".

© Foto: imagoZUMA Press

El tiempo se agota. Las temperaturas han aumentado alrededor de un grado centígrado desde la Revolución Industrial, y los líderes mundiales se han comprometido a mantener el aumento por debajo de los dos grados. Si el ser humano continúa liberando gases de efecto invernadero a la atmósfera a la velocidad actual, las temperaturas aumentarán unos tres grados para finales de siglo.

Cuanto más se caliente el planeta, más ciudades africanas tendrán problemas. Un mayor calentamiento podría poner a prueba los límites de cuántos árboles se pueden plantar en la ciudad de Lagos y cuánto tendría que invertir El Cairo en la desalinización del agua de mar. Las tormentas cada vez más fuertes podrían, a través de las inundaciones, paralizar regularmente la flota de autobuses de Dar es-Salam de modo que no pudiera obtener beneficios, y torpedear los esfuerzos de Kampala por limpiar los residuos que atascan los desagües.

No hay interruptor de encendido/apagado para la crisis climática.

Para limitar sus efectos, los científicos adivierten a los líderes mundiales que deben reducir las emisiones y eso incluye las generadas en las ciudades. Cien ciudades provocan el 18 por ciento de las emisiones mundiales de CO2, según un estudio sobre la huella de carbono de 13.000 ciudades que se realizó en 2018. Y aquellas con las emisiones de gases de carbono más elevadas por persona se encuentran desproporcionadamente en Norteamérica, Oriente Medio y Australia.

Ciudades con vulnerabilidad climática

Las ciudades africanas son las más vulnerables al cambio climático, pero las menos responsables.

Los grandes emisores, Europa y Norteamérica, albergan tres cuartas partes de las ciudades con una baja vulnerabilidad climática.

La situación en las ciudades asiáticas es diversa. Los habitantes de Hong Kong tienen las mayores huellas de carbono del mundo y son moderadamente vulnerables. Yakarta, una megaciudad con una menor huella por persona, es extremadamente vulnerable.

Las ciudades de estas regiones han sido el motor de las emisiones mundiales, al industrializarse.

A medida que crecen las ciudades africanas , las decisiones que se tomen ahora tendrán efecto sobre su vulnerabilidad y la cantidad de emisiones que produzcan.

Esto ha dejado en manos de la política la elección entre la mitigación del cambio climático y el crecimiento económico.

"Se necesitarían grandes cantidades de energía para el desarrollo; y la mayor parte se obtendría de combustibles fósiles", dice Precious Akanonu, investigador del Centro para el Estudio de las Economías de África. Cuatro de cada 10 africanos viven con menos de dos dólares al día, según datos del Banco Mundial, y en 2017, solo la mitad de los africanos tenía acceso a electricidad, en comparación con un promedio mundial del 88 por ciento. "No creo que sea apropiado que a los países africanos se les niegue el derecho al desarrollo", critica.

Los subsidios de la comunidad internacional podrían compensar los costes adicionales que requiere la energía verde, según Akanonu. "Sin esa prestación, si los gobiernos africanos invierten en una fuente más cara, robarían al país un dinero necesario para su desarrollo".

Los países ricos han prometido 100 mil millones de dólares al año a los más pobres en financiación climática para 2020. Pero sin un acuerdo sobre lo que se considera financiación para la adaptación, como la diferencia entre subvención, préstamo e inversión privada, y las incoherencias en la presentación de informes y el seguimiento del dinero, los países receptores se preguntan si será suficiente la medida.

"Hay que apoyar a los africanos para que aprovechen los abundantes recursos de energía renovable de los que disponen", dice Nyong, experto en clima del Banco Africano de Desarrollo, "para que no volvamos al tipo de paradigma de desarrollo, que han asumido los primeros países desarrollados y que nos ha puesto en esta situación a través de emisiones muy elevadas. Podemos hacerlo de otra manera. Podemos hacerlo mejor".

Un hombre sudafricano reconstruye su casa tras un incendio en Masiphumelele, Ciudad del Cabo. Los asentamientos informales son especialmente vulnerables a los desastres.

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Los supervivientes se han visto obligados a reconstruir la ciudad, después de que el ciclón Idai azotara Mozambique con vientos de hasta 200 kilómetros por hora.

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La mayoría de las personas con las que habló DW respondieron que las ciudades africanas no estaban haciendo lo suficiente para adaptarse al cambio climático. Climatólogos, arquitectos e ingenieros africanos dijeron que algunos gobiernos municipales habían adoptado políticas de adaptación exitosas, pero que el ritmo del cambio no era lo suficientemente rápido, especialmente para proteger a las personas más vulnerables de las ciudades.

"En pocas palabras, lo que está funcionando bien es la concienciación sobre el cambio climático", dice Martin Manuhwa, presidente de la Federación de Organizaciones de Ingenieros Africanos. "Lo que no está funcionando bien es el diseño de una infraestructura resistente al clima".

"Está sucediendo mucho a nivel comunitario, pero es necesario que se amplíe a nivel municipal para tener un impacto real", dice Ebenezer Amankwaa, investigador del Instituto para los Recursos Naturales en África de la Universidad de las Naciones Unidas.

Pero los expertos también afirman que África se encuentra en una buena posición para "dejar atrás" al resto del mundo porque parte de su infraestructura no ha sido aún construida. "Podemos ponernos al día rápidamente y aprender de los errores que cometieron otros continentes, y construir una infraestructura resistente para el futuro", dice Manuhwa.

África es la única región del mundo donde está aumentando el número de jóvenes. Para 2050, la mitad de su población será menor de 25 años. En la conferencia sobre el Clima de Copenhague, la activista ugandesa Hilda Nakabuye dijo a los alcaldes del mundo que su generación está asustada, pero es ambiciosa, persistente, y está unida.

"A través de interminables luchas y sacrificios nos abrimos paso, porque este es nuestro futuro".

Metodología

La metodología, los datos y las fuentes utilizadas para el análisis pueden encontrarse en www.github.com/dw-data/megacitieswww.github.com/dw-data/megacities

Fe de errores

Este artículo fue actualizado el (19.02.2020) para corregir el número de usuarios diarios del sistema de autobuses de transporte rápido DART. Aunque la primera fase fue diseñada para 300.000 pasajeros diarios, en realidad transporta entre 170.000 y 200.000 personas.

Créditos

Autor: Ajit Niranjan

Edición: Tamsin Walker, Anja Kimmig

Traducción: Aitziber Romero

Corrector de textos: Cristina Papaleo

Investigación: Jennifer Collins, Maria Lesser, Kira Schacht, Tom Wills, Stephanie Wüst

Imágenes: Goran Cutanoski, Kirsten Funck, Klaus Esterluß, Lars Jandel

Visualizaciones: Gianna Grün, Simone Hüls, Benjamin Stöß

Diseño web: Gero Fallisch, Therese Giemza

Desarrollo: Olga Urusova-Maisels, Solvejg Plank, Olof Pock

Editor Ejecutivo: Vanessa Fischer

Cobertura adicional: Ema Edosio Deelen en Lagos, Julius Mugambwa en Kampala, Sayed Torky en Cairo y Louise Osborne y True Vision Production in Dar es-Salam.